Uno, dos, nueve, doce, quince años de espera a un mejor país.
Uno, dos, tres, cuatro días desde que los venezolanos decidieron despertar.
Cuatro días desde que Venezuela usa su voz, se hace escuchar. Todo lo que pasa, no es más que reacciones a todos los abusos que hemos visto durante tanto tiempo.
Aquí, en Venezuela, es perfectamente normal preocuparse por no volver a ver a tu madre viva cuando va a comprar comida, rezar para que encuentre comida para tu hermano y llamar cuando encuentras cosas de primera necesidad en algún lugar.
Muchos nos hemos callado, a muchos no nos conviene que esto cambie, pero ya es suficiente.
Ya hemos visto a suficientes madres llorando en funerales de sus hijos, a quienes mataron por no saber reaccionar cuando los atracaron por dinero o por un teléfono; es suficiente tener cárceles llenas de armas, policías llenos de billetes ganados injustamente, es suficiente de llorar por amigos secuestrados en su salida del colegio y por mujeres violadas mientras salen a estudiar.
Es suficiente ver mucho crimen y pocos presos, muchas armas y pocas cárceles, muchas lágrimas y pocas sonrisas.
Estoy muy segura que hay personas con peores historias que las que podemos contar aquí, países con historias mucho más desgarradoras, pero nada de eso hace nuestra historia menos importante. Nada de eso hace nuestra voz más suave.
Venezuela, desde que se concentran tus voces en las calles, pidiendo por ayuda y por paz, has estado más unida que nunca. En esas calles ninguna diferencia importa, ningún defecto es recordado y las malas decisiones son perdonadas; en esas calles, sólo se quiere alzar la voz lo suficiente para ser escuchados y pedir ayuda. En esas calles, de toda Venezuela, sólo se quiere un mejor futuro para cada uno de nosotros.
Salgo a las calles y veo gente desesperada abriéndose paso entre la multitud, cubriéndose la cara y ayudando a los demás a protegerse de bombas y disparos. Sin embargo, nada de eso es suficiente para dejarnos mudos. Nada de los terrores que hemos visto en los últimos cinco días son suficientes para hacernos olvidar lo que cada uno ha vivido y hemos visto en la vida de nuestra familia venezolana por los últimos años. No es momento de callarse, es momento de hablar y de hacernos escuchar.
Por favor, quien pueda hacer algo, ayúdenos a que nos tomen en cuenta, a que la democracia y nuestra voz se escuche por todos los rincones del mundo.
Por favor, ayúdanos a detener las sangre, las lágrimas y el terror que suelen habitar nuestras ciudades.
Por favor, ayúdanos a dejar de lado el miedo a vivir. Ayúdanos a vivir y dejar de sobrevivir.
Es hora de detener la violencia, y cada venezolano que sale esta arriesgando su vida para que nos devuelvan la seguridad y tranquilidad que no conocemos.
Ayúdanos a que estas concentraciones, a que nuestros heridos y nuestros muertos no hayan sido en vano. Te necesitamos, y necesitamos cada voz que pueda ayudar.
Gracias.
Vanessa Semprún, 15 años.
15/02/14.